10.23.2008

Niña Precoz

Es de público conocimiento que las mujeres maduramos más rápido que los varones. Si a esto le sumamos que hoy en día los chicos crecen más rápido que antes, encontramos dos verdades que se potencian. Por eso, si tenés una hija, preparate. Esta advertencia no va dirigida a cualquiera. No, va dirigida a vos, querida. A vos que vas por la vida pensando que dejas a tu hija en el Jardín y la chiquita inocente juega con muñecas y bloques y crayones. A vos, que cuando la mirás a los ojos te dejas envolver en su inocencia impostada y sus palabras recién aprendidas. A vos, que te dejas arrullar por su vocecita dulce. A vos te aviso, preparate.


Desde los cinco meses de edad, Hijo comparte la sala con esta chiquita. La vamos a llamar A, para preservar su identidad por razones legales. Desde el principio detecté que A lo miraba con un cariño especial, por decirlo de alguna manera. Sin embargo, descarté mi hallazgo, asumiendo que era una ilusión macabra creada por mi flamante gen de suegra. Me convencí que eran visiones mías y nada más. Las criaturas tienen un año y medio; solo una mente podrida como la mía podía ver en esa chiquita una futura ave de rapiña, digo nuera.

A pesar del esfuerzo consciente que hice por no enrollarme, no podía dejar de ver, día a día, la atención especial que A le dedica a mi hijo. Traté, juro que traté de no darle importancia a lo que veía pero no dio resultado. Esta semana por fin abandoné la lucha. El lunes, cuando fui a buscar a Hijo al Jardín, vino corriendo y nos quedamos abrazados como todos los días. Ella, A, revoloteaba alrededor. Bailaba y sonreía seductora, mientras decía su nombre. ¡Estas criaturas apenas dicen mamá y ella tiene el descaro de llamar a Hijo por su nombre!

El martes se repitió la escena, solo que esta vez la pequeña se acercó más e, inocentemente, comenzó a levantarse la remera. Mi consuelo, el único, es que mientras la chirusita mostraba la panza, hijo no la miraba ni de reojo. Él estaba más ocupado en mí que en los llamados hechizantes del ombligo de A.

Ayer, mientras disfrutábamos del abrazo del reencuentro, apareció ella con su pollerita de volados y remerita rosa. Desplegó con su canto de sirena en pañales y su danza de levantarse la remera, sin lograr ni una pizca de atención de Hijo. Vio que no tenía respuesta y mirándome fijo a mí, su supuesta suegra, empezó a acariciar el brazo y la espalda de mi bebé. En ese punto, me superó la situación, me quedé sin palabras. Aterrada, apreté a mi hijo fuerte contra mi pecho, para protegerlo de todas las mujeres desesperadas que andan sueltas.

La maestra, cuando vio la situación, deliró y comenzó a contarme otras situaciones que, pensó, que me iba a emocionar. Ahí normas, sin anestesia, de despacho con “la dulzura” que era verlos caminar por los pasillos agarraditos de la mano. A mi hijo, a quien todavía le cambio los pañales cagados, le caliento la lechita a la mañana y me cuido de no meterle jabón en los ojos cuando le lavo la cabeza. Mi bebé con esa loquita desafiante.

Todavía tengo el consuelo que Hijo parece no registrarla demasiado. Hoy día esta más interesado en los autitos, en el tobogán y en los crayones que en mirar panzas, dar mimos o dejarse engatusar por el canto de una mujer. Yo estoy tranquila pero vos, mamá de A, preparate: esto recién empieza.

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10.16.2008

Quizás el domingo

¿Se juntarán a almorzar unos ravioles recién cocinados con queso rallado fresco? ¿O se juntarán a cenar pizza napolitana y de fugazetta? Quizás empiecen con una picadita a la tarde, cuando llegue mi hermano y se acomode en la mesa de la cocina a leer los diarios. La conversación se va intensificar a medida que van llegando los otros. Quizás, si esta linda la tarde, se sientan afuera. A medida que se instalen van a desacomodar un poco más las sillas y no van a usar mantel. Las migas, las costras del queso y las páginas gastadas de los diarios se van a acumular sobre la mesa y las botellas vacías y platos sucios en la cocina. Puedo presentir cada una de sus voces cortando el espacio, sus manos al untar otra galletita y sus pulmones al respirar ese ambiente familiar. Tal vez, después de un par de horas de atiborrarse de delicatessen abran una botella de vino y pidan empanadas.



Quizás ella se levante de la siesta y descubra que hace rato que están todos abajo, picoteándole la alacena y charlando acalorados. Quizás baje y, sin interrumpir la conversación, se prepare un mate y se siente a la mesa. Quizás, si esperan a mi abuela, incluso limpie las migas y ponga un mantel. Imagino que elegirá un mantel “lindo”, para celebrar.

En el fragor de la charla familiar, quizás nadie escuche el teléfono. Tendré que intentar varias veces. Pero en algún momento, alguien se va a levantar. Alguien va a querer ir al baño, a buscar otra botella de vino o un paquete de galletitas. Y se va a colar por el tubo de ese teléfono, va a pasar por el cable, la pared, la tierra, el mar, montañas, lagos, quebradas y ríos, y va a llegar a esta punta del mundo un pedacito de ese domingo. Un retazo desteñido de ese día de la madre. Confío en el efecto inverso y sé que, gracias a ese mismo tubo, ese mismo cable y esa misma tierra ella va a sentir mi abrazo.

Feliz día, mamá.


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10.09.2008

La presión del protagónico

Publicar lo que escribo en Internet ha sido, para Marido, una prueba difícil. Si bien soy yo la que escribe, corrige y publica, él siente suya la responsabilidad de llevar una vida que produzca suficiente material como para poblar esta página. Desde mi primer publicación a la fecha, cada pequeño problema domestico, cada discusión, cada anécdota, cada carcajada termina con un: “Esto va al blog, ¿no?”. Esa frase inocente es la asesina instantánea del relato. No estoy segura si es mi condición de mujer, de sagitariana, o de rompe pelotas pero si alguien me dice que haga algo tengo la compulsión que hacer exactamente lo contrario.


El otro día, sin ir mas lejos, le puse antihongos en las uñas a Marido. Sabía que sólo tenia que aplicarlo en la uña del dedo gordo. Pero cuando casi había terminado la aplicación tuvo el mal tino de decirme: “En la de al lado no pongas porque esta lastimada”. Mi mano, antes que nadie pueda reaccionar, posó decidida el aplicador sobre el dedo lastimado y apretó el pomo. Ese gesto me define, no sólo por mi compulsión a contrariar ordenes, sino porque sólo una esposa ejemplar le pone antihongos en la uña a su media naranja.

A pesar de la imposibilidad de escribir sobre la variedad de anécdotas que Marido ha producido en los últimos meses, tengo que reconocer que hemos vivido tiempos interesantes. Al probar distintas estrategias, Marido pasó por etapas en las que estaba más cariñoso y atento que nunca, a ver si yo escribía algo romanticón. Después, afiló su sentido del humor, aportando chistes de todo tipo y carisma. En algún momento pensó que hacer gala de su ineptitud para las tareas domesticas daba para un buen texto, así que se dedicó a hacer estragos mientras intentaba cambiar lamparitas, lavar la ropa, arreglar la pérdida de la canilla y colgar un cuadro. Cuando dirigía el taladro hacia un punto dibujado en lapiz negro sobre la pared, giró sonriente para advertir: Esto va al blog, ¿no?. Con esa frase, no sólo mató la posibilidad de contar esa anécdota, sino que agujereó la pared ocho centímetros mas a la izquierda, donde el cuadro ya no entra.

Le sugerí que se abra su propio blog egocéntrico para hablar de si mismo, pero esa no es la solución, dice. El quiere que yo hable (en lo posible bien) de él. No tiene le mismo efecto hablar de uno mismo, creo.

Si estoy escribiendo estas líneas, es porque la situación se torno insostenible. Sus ansias de protagonismo que hasta ahora eran simpáticas y anecdóticas se volvieron peligrosas. Porque una cosa es luchar contra sus propias limitaciones para aprender a cambiar una lamparita, pero otra muy distinta es poner en riesgo su vida.

Escribo esto hoy, que él esta en California escalando el monte Whitney, porque lo conozco. Porque sé lo que piensa, a 4421 metros de altura, entre la nieve , las piedras y los cóndores. Porque sé la clase de delirios que la falta de oxígeno le va a generar.

Porque hace unos meses mi estimado esposo se levantó del sillón, guardó el control remoto, apagó la computadora y salió a correr. Todos los días, durante semanas, se entrenó obsesivo. Por primera vez en nuestra historia lo vi levantar pesas, hacer sentadillas y hasta abdominales. Pero si en algún momento me deje engañar por sus discursos sobre la buena salud, ahora las piezas encajan perfecto.

Esta es la ultima oportunidad que tengo para contar esto. Porque en dos días, cuando vuelva a casa, sucio, barbudo, flaco y desalineado, me va a abrazar, va a abrazar a Hijo y antes de mostrarme las fotos, antes de contarme si se cruzaron con un oso, como pasaron por el hielo, como era la vista desde los precipicios y como eran las noches bajo esas estrellas, antes de todo eso me va a decir: “Esto va al blog, ¿no?”

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10.02.2008

El Nuevo

Hace unas semanas me crucé con el Nuevo en un pasillo de la oficina. Me presenté y le converse un rato, sin advertir el peligro. Pensé que a esta altura de mi carrera había aprendido a manejar estas situaciones, pero estos últimos días descubrí que no. Actué como una novata, joven e irresponsable. Quise ser amigable en una charla de cortesía, darle la bienvenida a la empresa y preguntarle por su familia, pero cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde. Ya me consideraba su amiga.


Unas horas después, yo buscaba en Internet recetas de lomo de cerdo para satisfacer el apetito de Marido y el Nuevo atacó por la espalda. No venía solo. No señor, el Nuevo nunca viene solo. Traía en sus manos los planos del edificio, uno por cada piso. Inútil fue advertirle que estaba “muy ocupada” porque igual desplegó su parafernalia sobre mi escritorio y se desplomó en una silla. Prometió que sólo tenía unas preguntitas y no se iba a demorar. El muestrario de papeles sobre mi escritorio me hizo desconfiar y no me equivoqué, porque la siguiente hora y media tuve que postergar mi vida para mostrarle donde se sentaba quien. Un poco por pena y otro poco porque no tenía nada mejor en que ocuparme, accedí a repasar con el cada rincón de los planos. En ese momento me asuste, no sabía hasta donde podría evolucionar este monstruo que había creado.

Los días siguientes logré evitarlo. No le atendí el teléfono y le contesté un solo e-mail: le mentí que me habían asignado un proyecto muy importante, que no tenía tiempo. Que ingenua, pensar que algo así lo podía desalentar. El Nuevo no claudica tan fácil, es una garrapata que se pegotea con toda su fuerza a la única persona que cometió el error de dirigirle la palabra. Esa tarde, cuando me levanté para ir al baño, me emboscó en un pasillo. Juraría que me esperaba, agazapado junto a los bebederos, como el león a la gacela. Me obligó a mantener quince minutos interminables de ruidosa charla, parada en el pasillo y con la vejiga llena, sobre el supuesto proyecto nuevo que amenazaba nuestra incipiente amistad. Ese día en el pasillo entendí que él, en esas conversaciones, persigue dos objetivos: afianzar nuestra amistad y demostrar que ya tiene amigos en la oficina. Por eso, su tono de voz es un poco más elevado de lo normal. No grita, pero se hace sentir y, aún peor, usa una risa estridente.

A pesar de ser bastante molesto, hasta acá era inofensivo. Pero ahora se descontroló: Ayer a la mañana el Nuevo escuchó mientras yo discutía con Marido. Todavía no sé muy bien cómo, aunque presumo que se escabulló a mis espaldas cuando hablaba por teléfono. No tengo idea de cuánto ni qué escuchó, y no me quiero enterar. En mi oficina hay una regla implícita, si alguien esta en medio de una conversación que parece privada, das media vuelta y mutis por el foro. Hay dos reglas mejor dicho, la otra es que si por casualidad escuchás algo, nunca le hablás del tema. Para enterarte de más detalles siempre están las secretarias y la recepcionista. Nosotros no nos ensuciamos con ataques frontales.

Por algo el Nuevo es nuevo, y en un solo día quebrantó ambas reglas. Me vino a preguntar, más tarde y con cara de buen samaritano, si estaba todo bien. Yo, inocente, pensé que me preguntaba por la dificultad del proyecto ficticio. Pero él se encargó de echar más sal en la herida de la segunda regla y aclarar “ a nivel personal”. Todo esto en su demostrativo tono de voz, unos cuantos deicbeles por arriba de lo privado. Esas tres palabras era la ostentación ante toda la empresa de nuestra amistad. Entre la bronca y la sorpresa, desempolvé mi mejor sonrisa de acá no pasa nada y lo despache como pude.

El Nuevo, ni lerdo ni perezoso, aprovechó la poca información que tenía sobre mi disputa marital para hacerse amigos nuevos: Porque mis compañeritos serán todos ingenieros circunspectos cercanos a la jubilación, pero si de chismes se trata, compiten cabeza a cabeza con cualquier portero de edificio. Después de ver al Nuevo susurrar en la cocina con la secretaria sentí por primera vez las miradas de lástima: la pobre separada con un hijo, sin el apoyo de su familia, lejos de su país. Si supieran que la discusión con Marido era porque dejé cinco pares de zapatos desparramados por toda la casa y eso, en su mundo, es inaceptable.

Me va a llevar un tiempo aplacar ese rumor, pero no me importa. Desde ese momento, se terminaron para mí las búsquedas psicodélicas en Internet y las horas dedicadas a mirar las fotos de Hijo. Se acabaron las conversaciones por teléfono con amigas y las salidas a almorzar eternas. Le puse limite al tiempo que dedico a escribir estas cosas y a limarme las uñas. Desde ese instante estoy atornillada a mi escritorio, concentrada. No hay proyecto, real o imaginario que me distraiga, porque de una cosa estoy segura, esto no va a quedar así. Le voy a hacer sentir al Nuevo quien manda. Voy a encontrar una manera sutil, grácil y femenina de vengarme.


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