11.13.2008

El Gato de Laura (Parte Dos)

“Lo peor es la culpa, ¿no?”, dijo Laura después de llorar un rato largo en mis brazos. Me quedé helado. ¿Habría menospreciado su inteligencia? Por las dudas, intenté tranquilizarla.

“Shh... necesitás descansar, ahora no pienses más. Dejalo ir”, sugerí.

“No voy a poder descansar, no puedo soportar la culpa”, dijo entre sollozos.

No quise dar crédito a mis oídos. Mientras hablaba, Laura hipaba como un bebé; tenia todo el maquillaje corrido, los ojos enrojecidos y vidriosos y la nariz tapada de mocos. Con la voz gangosa por la angustia, podría haber dicho casi cualquier cosa. Expectante, le acaricié un poco más la cabeza. De a poco se fue aflojando hasta recostarse extenuada en un sillón del living, donde se abandonó a respirar fuerte y sollozar.

Cuando la situación parecía controlada se levantó de un salto, corrió hacia el garaje y, en uno de esos despliegues actorales a los que ya estoy acostumbrado, levantó al gato y gritó, claro y fuerte:

“¡Alexis, perdoname, por favor perdoname por lo que te hice!, ¡Aleeeeexiiiiiiiis!”

Laura besaba extasiada el cuerpo muerto de su mascota y lloraba a los gritos; yo ni me preocupé por ocultar mi sorpresa. Creo que hasta sonreí. Luego de exigir respuestas y suplicar perdones por un rato Laura decidió dar por terminada la escenita y volvió a buscar refugio en mis brazos. Traté de mantener la voz calma mientras evaluaba la situación.

“¿Porqué te culpás, mi amor? ¿No ves que fue un accidente?”, me animé a preguntar.

Entre sollozos Laura me explicó que la tarde anterior, al volver de su clase de pilates, se había encontrado con Antonio, el jardinero, quien recién terminaba de transplantar los geranios al cantero del frente. Antonio necesitaba un lugar para guardar las macetas vacías y Laura lo invitó a ponerlas donde pudiese dentro del garaje. El jardinero incluso preguntó si podía reacomodar un poco y ella, que estaba apurada para irse a tomar el té con las chicas dijo que sí sin pensar. Suerte de campeón que le dicen; esa mañana, cuando pergeñe mi plan, ni había visto las macetas en el estante de arriba. Mi propia genialidad me impresionó y, una vez más, tuve que hacer un esfuerzo para no sonreír.

La próxima jugada casi se definió sola. Con el pretexto de que no se torturase más por un simple accidente doméstico, le encajé unos Valium y ofrecí hacerme cargo de los arreglos del sepelio. Ella accedió justo antes de desvanecerse bajo los efectos de la droga. Tuve que tumbarla en la cama para que siga roncando su culpa en el dormitorio. Calculé que dormiría toda la tarde y me fui a la oficina. Todavía tenía que ponerme al día con los sucesos de la mañana y preparar una presentación importante para un potencial cliente. Me interné en un mar de planillas de cálculo, propuestas, e-mails, precios y estrategias. Por fin me olvidé de Laura, del gato y hasta de ir al baño.

Pasadas las 7.30 salí de la oficina y ví en la pantalla del celular seis llamadas perdidas, todas de Laura. ¿Qué hacía despierta, la muy hinchapelotas? Podía jurar que tenía Valium como para dormir una semana. Junte coraje y llamé.

“¿Dónde estás?”, fue lo único que dijo al atender. Tengo que reconocer que me agarro desprevenido y respondí como un amateur.

“Eh... pasé un minuto por la oficina”, dije, porque no se me ocurrió nada mejor. Los escasos puntos que había sumado durante la mañana en mi papel de marido comprensivo se desvanecieron y lo que siguió fue una larga lista de reproches, desde que la había abandonado en ese, el día más triste de su vida, hasta los recuerdos de mi inolvidable borrachera y posterior papelón en las bodas de plata de mis suegros. Todo un rosario de culpas fue desplegado gracias a su memoria detallista. Había vuelto mi Laura. La llovizna mojaba el pavimento y el efecto difuso de la humedad y las luces de los otros autos hacían de cortina al ruido blanco de sus acusaciones. La tarde había cobrado una aparente cotidianeidad hasta que, antes de dar la vuelta en el último semáforo, ella frenó en seco la perorata y preguntó:

“¿De que color es el ataúd?”. Tardé unos segundos en disociar sus palabras y darles sentido, tiempo en el que pude improvisar una respuesta. Esta vez no costó mucho convencerla que ella tenía una conexión especial con Alexis y era quien debía elegir el sarcófago en el cual el minino emprendería su viaje hacia el más allá. Después de haberlo matado, esa última ofrenda de amor era lo mínimo que podía hacer.

No me dejó ni estacionar. Ella estaba ansiosa en la puerta, de riguroso luto y lista para comenzar un raid de ferreterías, almacenes, casas de objetos de madera, puestos de flores y poli rubros. Cerca de las nueve y media, sin cenar y en el momento en que se desataba una tormenta majestuosa, Laura se decidió por una hermosa caja de madera tallada con incrustaciones de nácar en forma de florcitas. Como Alexis adoraba jugar en las macetas, no hubo dudas, era para él. El chiste me costó un ojo de la cara pero, un poco por la culpa propia del asesino y otro poco porque tenía hambre, saqué la tarjeta de crédito y firmé sin mirar. Ya encontraría la manera de cobrárselo.

Según las indicaciones de mi mujer, el cajoncito sería enterrado en una tumba coronada con una estatua de un gatito durmiendo que encontré en el Wal-Mart. Le prometí que le haríamos grabar Alexis en el lomo.

De vuelta en casa nos encaminamos al jardín en donde Laura caminó en trance bajo la lluvia por unos veinte minutos hasta dar con el lugar exacto en donde enterraríamos al animal. Luego subió al auto y me dejó cavando la tumba en el jardín, bajo el aguacero, iluminado por los faros, creo haber visto esa imagen en El Padrino. Después de todo, un hombre que cava un foso durante un aguacero iluminado sólo por las luces de un automóvil es una linda manera de destruir la reputación que tenemos en el barrio.

Ya pasada la media noche logré hacerla entrar a la casa. Había sido un día difícil, pensé mientras cerraba el portón y salivaba ante la promesa de una cerveza helada. Me despabiló de mis ensoñaciones etílicas el grito de mi mujer que miraba, enloquecida, la escena del crimen todavía intacta.

Fue algo automático. Quería terminar con el asunto del gato muerto. Me arrodillé en el piso y temblando de frío comencé a fregar. Mientras eliminaba los rastros del líquido de frenos, el miedo comenzó germinar. El viento y la lluvia golpeaban furiosos contra las ventanas del garaje. Sabía que era imposible, pero con cada escurrida del trapo me convencí que el espíritu del felino estaba atascado en la casa, enfocado en cagarme la vida. No pronuncié palabra. Sentía el fantasma vengativo del minino maullar a mis espaldas. Los truenos hacían retumbar los vidrios y los cimientos. Además de su alma en mi casa, tenía su estatua frente al dormitorio, estratégicamente ubicada para recordarme a diario del minino que me esperaba para ajustar cuentas. Esa noche fuimos dos los que tomamos Valium.

Estaba todo dolorido cuando sonó el despertador y me empujé fuera de la cama. Preparé un café negro, doble, y esperé sentado en la mesada el golpe de la cafeína en el estómago. Me serví otra taza para terminar de despabilarme y levanté la vista para evaluar el daño que la tormenta había dejado en mi jardín. No llegué a ver las ramas caídas, ni las hojas desparramadas por el pasto. Ni siquiera los charcos de barro que desdibujaban los límites del cantero grande, el de los geranios. Lo único que vi fue el lugar vacío y la tierra revuelta en donde anoche yo mismo había acomodado, con una oración, la estatua dulce del gatito dormido. Cerré con fuerza los ojos, apreté la mandíbula y los puños, pero cuando volví a abrirlos el sitio seguía vacío.

“Gato de mierda”, pensé, “Estas decidido a cagarme la vida, ¿no?”. Era una lucha desigual, hombre versus espíritu.

Junté valor y salí a evaluar más de cerca el terreno. La tierra estaba revuelta y la figura, desaparecida. No había rastro alguno en el barro. Traté de reacomodar la tierra con una pantufla y una corriente helada de adrenalina me corrió por la sangre. Dentro del pozo estaba la caja con las flores de nácar, abierta y vacía.

Continuará...


5 comentarios:

Chioda dijo...

totalmente genial. espero la tercera parte. es el nuevo "el gato negro" de edgar allan poe.

Anónimo dijo...

Recién termino de leer la segunda parte. estoy totalmente ansiosa por saber que paso!!!!!!!!!. Estuve leyendo algunos blogs. que marcas como que te gustan, la verdad no le llegas ni a los tobillos, el tuyo es mejor. Soy nueva en esto de leer por este medio pero contigo me enganche. Te re felicito y espero rapido la tercera y la ultima????. maria del carmen

Anónimo dijo...

A la perinolaaaa
cuanto suspenso!!
Genial loli!!

Anónimo dijo...

Como decia la maestra..."Loli: sigue asi!".... hay que aplicar el DOT 3 a Laura y que siga el camino del toga...ahora, ya con el giro paranoico del protagonista, el tambien podria tomarse una dosis!!! En fin.... TERMINA ESTO EN LA PARTE 3 SI O SI!!!!

Anónimo dijo...

Muy buen suspenso y también espero la parte 3, me pregunto... ¿es la última? o ... ¿continuará el suspenso?
Espero ansiosa !!
Ana de Rusia