11.20.2008

El Gato de Laura (Parte Tres)

No pude dejar de pensar en el Roña. Sabía que andaría por ahí. Roña era el perro callejero del barrio. No sé si tenía nombre, o como lo llamaban los vecinos, pero desde el día que nos mudamos a esta casa, para mí fue el Roña. Es un pichicho cariñoso e independiente que siempre viene a saludar cuando llego de la oficina. Yo respondo a esas muestras de cariño desinteresadas con algo para comer y un plato con agua. Hay algo especial entre el Roña y yo. Varias veces le sugerí a Laura que lo adoptáramos pero la impronta callejera del perro lo impedía. Eso y Alexis, que era por ese entonces el dueño de casa.

Evalué el desastre alrededor del sepulcro del gato. La tierra estaba movida y, lo peor, la estatua y el gato habían desaparecido. Cuando consideraba mis opciones me distrajo el sonido de pasos a mis espaldas. Giré despacio, y me encontré cara a cara con el jardinero.

- “¿Qué tal, Antonio?”, lo saludé sin saber, aún, que mi salvación estaba en sus manos.
- “Mire, Señor David, yo quería pedirle disculpas por lo de las macetas. La Señora Laura me contó del incidente y le quiero aclarar que no fue a propósito.”, empezó a decir el jardinero.
- “No te preocupes. La Señora Laura está un poco deprimida pero ya se le va a pasar”, intenté tranquilizarlo.
- “En este otro tema, lo de la tumba, en eso no tuve nada que ver, Señor, pero quédese tranquilo que ya me encargué de ese perro y no va a joder más.”

Me quedé mudo. Sin habla. Atontado. ¿Qué tenia que ver el Roña con todo esto?

Antonio prefirió callar y me condujo hasta el fondo de la casa. Al cantero de los geranios. Corrió un poco las hojas y expuso el pozo que el Roña estaba cavando esta mañana. Miré fijo. Muy al fondo se veía una maraña de pelos erizados. Enfoqué bien los ojos para confirmar el macabro hallazgo. Se me secó la boca. Hacía frío, pero empecé a sudar. Las imágenes, los pensamientos, las excusas se agolpaban en mi cabeza sin orden ni sentido. Si bien había zafado como por arte de magia de asesinar al gato, de olvidarme de comprar el ataúd y de limpiar el garaje, esta vez no veía escapatoria. No había manera de anticipar las conclusiones que sacaría mi mujer de semejante espectáculo. Tuve que hacer un esfuerzo para hilar la siguiente frase.

- “¿Qué pasó con el perro, Antonio?”, me costó preguntar
- “Mire, Señor, al malandra ese lo saqué a las patadas y arreglé el agujero en el alambrado, así que no va a volver.”


Me despedí del jardinero y di la vuelta a la casa. El Roña no estaba por ningún lado. Le dejé su plato y su recipiente con agua en el frente, y entré.

Laura había salido temprano. Ni por la culpa ni por el luto se perdería la clase de pilates. Agarré una pinza de la caja de herramientas y me encaminé hacia el alambrado. El Roña me esperaba del otro lado, sin entender porqué. Esos ojitos tristes pedían disculpas, amor y algo para comer. Rompí las ataduras de Antonio y, en mi apuro, el alambre suelto rasgó la herida que me había hecho Alexis el día anterior, ya muerto, en mi garaje. “Gato mi mieeerrrrrdaaaaa”, grité con toda la fuerza de mis pulmones, en un profundo y necesario desahogo. El Roña entró feliz a revolcarse en su jardín.

Rastreé un poco el fondo y encontré entre las plantas la estatua rota del gatito durmiendo. El barro todavía estaba húmedo por efecto de los regadores y fue fácil limpiarla. Sólo le faltaba la cabeza, que apareció a unos metros. Por suerte encontré pegamento en el garaje.

Luego me dediqué a tapar la tumba vacía de Alexis, para devolverla a su estado original. En medio de la tarea me di cuenta que el gato ya no necesitaría la costosa caja de madera. Dudé unos segundos, pero el recuerdo de la absurda suma que se había acreditado en mi tarjeta me obligó a sacar la caja del pozo antes de taparlo. Si la limpiaba un poco, la podría devolver al anticuario sin problemas, pensé. La metí en una bolsa, en una caja, en otra bolsa y dentro del baúl del auto. Bajo ningún concepto podía permitir que Laura la encontrase.

Ahora el gatito durmiente yacía tranquilo sobre la tumba falsa. Todo parecía normal en mi jardín, excepto por los trozos despedazados de Alexis detrás de los geranios. Con la pala todavía en la mano, me dispuse a solucionar ese problema. En eso estaba, dándole una apariencia normal, cuando algo relució entre la tierra. Era la medallita del collar de Alexis, doblada y atravesada por los dientes del Roña. La levanté y la sostuve, embarrada y agujereada entre mis dedos. Antes de caer en un ataque de sentimentalismo por el gato asesinado, la guardé en mi bolsillo.

Limpié y ordené todos los utensilios y me fui a bañar. Cuando salí, renovado, de la ducha, encontré a Laura tirada en la cama, llorando a moco suelto. Me costó encontrar fuerzas para hacerme cargo del nuevo ataque de histeria de mi mujer. Miré el reloj. “Debería estar en la oficina”, pensé. Le ofrecí unos Valium, para poder irme tranquilo. Ella se negó, sin hablar. La única respuesta que me dió fue sostener en alto el collar destruido del gato. Ya está, pensé. Se terminó la buena racha. Mi cabeza empezó a inventar excusas mientras Laura intentaba tranquilizarse para poder hablar. No había caso, ella disparó primero.

- “¿De dónde sacaste esto?”, preguntó.
- “Mi amor, antes que nada quiero que sepas que yo....”
- “¿De dónde sacaste eso?”, me interrumpió para volver a preguntar. Decidí hacer lo que cualquier hombre decente: culpar al jardinero. Para algo le pago.
- “Antonio lo encontró en el cantero con los geranios”.
- “¿Sabés hace cuanto que lo busco? “

Al parecer, ese era el collar viejo de Alexis, que había desaparecido hace semanas. Laura había comprado uno nuevo, pero nunca llego a ponérselo porque el gato decidió dormir en el secarropas. Increíble, pensé.

- “Laura, mi amor, esto es una señal”, sugerí tratando de aprovechar el momento. Ella me miró sorprendida. Casi se podían escuchar el esfuerzo de su cabecita para forzar el entendimiento.
- “¿Sabés quién encontró este collar? El perro callejero ese que anda siempre por nuestro jardín.” Noté que Laura empezaba a desconfiar, pero no me detuve. La velocidad era esencial.
- “En serio, preguntale a Antonio. El perro apareció con el collar esta mañana. Creo que es una señal de Alexis. Sabe que lo vas a extrañar y no quiere dejarte sola”, insistí.
- “Pero ese perro es un asqueroso, esta todo roñoso. Alexis jamás haría una cosa así”, argumentó ella, con cierto grado de razón.
- “Es verdad. Alexis era un gato muy refinado, pero ese perro es el único animal que conocía. Creo que no tuvo opción”, agoté mis recursos.

Ella meditó en silencio un rato, contrariada ante la evidencia. Su adorado gato le pedía ahora que adoptase a ese perro desagradable. Ella no podía resistirse a los deseos post mortem de su mascota. Luego de mucho pensar, en silencio y todavía desconfiada, Laura accedió.

- “Creo que tenés razón. Es el deseo de Alexis. Ahora le tenemos que poner un nombre”, dijo
- “Creo que ya se lo pusiste, mi amor. ¿No dijiste que era un perro roñoso?
- “Si….”, contestó dubitativa
- “¿Que tal Roña?”. Ya estaba fanfarroneando un poco. Laura me miró y, por primera vez en dos días, sonrió.

Esa noche el Roña durmió adentro. Laura no parecía demasiado convencida y se notaba que hacía un esfuerzo por quererlo. “Ya llegará”, pensé.

A la mañana siguiente me levanté excitado por tener al Roña en casa. La vida me sonreía. Llamé a la oficina para cancelar todas mis reuniones: llevaría al perro al veterinario. Me apuré al bañarme, vestirme y desayunar. Antes de subirme al auto, lo llamé. El Roña no respondió. Insistí. Recorrí los cuartos gritando su nombre y silbando. Nada. Revisé placares y rincones. Ni señales del cachorro. Chequeé las ventanas, a ver si se habría escapado. Lo llamé de nuevo, silbe, aplaudí. Hice sonar su plato de aluminio. Nada. El perro no estaba por ningún lado. Agachado, buscando debajo de la cama se me ocurrió. La adrenalina me hizo subir la presión. Me temblaron las piernas. Corrí al lavadero. El Roña dormía tranquilo al calor de su manta vieja. Dentro del secarropas, por supuesto.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

hay reina loli me tenes atrapada con este cuento, me encanta como escribis. te felicito.

Anónimo dijo...

Noooooooooooooooooooooooooooo!!!!
Roñaaaaaaaaa!!!!!!!!
Que final mas complicado loli!! excelente el relato, gracias!!

Anónimo dijo...

Muy bien, muy bien. Bien sostenido el suspense hasta el punto final.
Mis sinceras felicitaciones.